viernes, 16 de mayo de 2014
'Normcore', la revancha de la gente corriente
En 'Common people', la canción de Pulp que debería sonar al fondo de todo esto, una millonaria griega se encapricha de un chico del montón en Londres y le pide que le enseñe cómo vive y qué piensa porque quiere "ser como la gente normal". Lo primero que hace él es llevarla a un supermercado. Karl Lagerfeld, probablemente el mejor olfateador del tiempo en el que vivimos dentro del mundo de la moda, también decidió localizar en un híper la presentación de su última colección, un link a la normalidad congruente con una colección en la que salieron a relucir el chándal, las mallas y el calzado deportivo. En la pasarela hay otras intuiciones certeramente dirigidas a la tranquilidad de lo normal: la ropa de Isabel Marant o Acne no puede ser más anodina. Si la alta moda echa el anzuelo a lo normal, por algo será.
La tendencia ha sido bautizada por la consultora de tendencias K-Hole como normcore, y la definen como "la decisión de adoptar lo común como una nueva manera de ser cool, en vez de buscar la diferencia o la autenticidad". El look que resulta de todo esto, un 'antilook' al menos para los que ya eran normales antes de que fuera tendencia, abraza lo soso, lo insípido, lo corriente, lo aburrido. En esta descripción, laxamente tomada, lo mismo cabe un turista americano de mediana edad, una ministra alemana, Phoebe Philo o la mismísima Inès de la Fressange, con ese chic francés tan uniformado que la ha convertido en la más reciente embajadora de Uniqlo, marca 'normcore' donde las haya.
La práctica de esta tendencia puede percibirse como una ironía del sistema, que se apropia de la simplicidad común que hasta ahora estaba en manos de marcas de serie media como Gap, o como una auténtica reacción de la sociedad, que ha decidido librarse de la constante tensión a la que el negocio de la moda la somete.
Los hipsters que ahora quieran cambiarse de acera han de aprender, eso sí, el código del común de los vulgares. Empezando por explorar los antecedentes: aquellos editoriales de Corinne Day en el i-D de los 90, repletos de la dejadez que dejó tras de sí el choque entre el heroin chic de Calvin Klein y el grunge. Por supuesto, esta planicie estilística puede ser adquirida con coartada de marca (habrá quien se gaste un dineral en unas sandalias planas de Céline aunque las tenga, mucho más normalizadas, Birkenstock), pero no cuela. Lo suyo es comprar piezas de segunda mano en eBay, básicos en cualquier centro comercial (de Carrefour o Hipercor a Lidl) y hasta revisar los clásicos de la indumentaria de caza, pesca y montaña en Decathlon. Fíjate en la clientela de Humana: está a rebosar de antiguas adictas a Opening Ceremony.
Esta súbita reivindicación de la normalidad aparece casi como una necesidad después de años en los que la fiebre por la personalización, lo retro y la rareza ha alcanzado cotas inéditas. Si hubo un tiempo en el que celebrar la apertura de miras que trajo la moda hipster (con geeks, nerds y frikis de todo pelaje aceptados por fin por la estética posmoderna), ya ha terminado. Hoy, lo hipster se ha convertido en 'hipsterismo' loco de la misma manera que el barroco devino en rococó.
Otra montaña de arena sobre el hartazgo 'fashion' colectivo la han depositado, estilismo a estilismo, 'fashionpersonalidades' como Anna Dello Russo, Brianboy o el 'dream team' de 'it girls' globales. La permanente tensión indumentaria de estos habituales de revistas y blogs, impelidos por su propia esencia a ofrecerse como jamás antes los vimos, da pie a un 'in crescendo' insoportable que nos deja con el ojo nublado y el espíritu tembloroso. Las mismas blogueras, en su misión de proponer una sucesión interminable de looks más deseantes que deseados, nos tienen hasta los blogs con tanta conjugación de estilo.
Dicen los críticos que, en realidad, este 'normalismo' se convertirá en el nuevo 'hipsterismo'. Y seguro que habrá gente que disfrace su necesidad de "ir a la moda" de normalidad. Pero también puede que, a costa de esta lógica tendencia, algunos se den cuenta de que no necesitan tanto disfraz ni tanto desmarcarse del de al lado.
Al hacer tabla rasa y hasta disolver el agravio económico, el 'normcore' dinamita las diferencias (vade retro, 'customización') que nos habitan para que nos concentremos en las similitudes. ¿Volverá a emocionarnos lo colectivo después de tantos años de mirarnos el ombligo? Emily Segal, consultora de K-Hole, así lo cree: "Se trata de una oportunidad para conectar con el otro, no una prueba de que nuestra identidad se ha disuelto". Un último punto a favor del 'normcore', más de perogrullo: con ropa absolutamente vulgar lo único que alumbra es la persona, que siempre ha sido y será la esencia real de la elegancia.
Fuente: Yo Dona (www.elmundo.es)
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